La
economía ecológica, explica el Dr. Roberto Enríquez, surge como una crítica al
esquema económico convencional, un esquema que genera modelos de crecimiento
económicos desligados: como si la ecología sucediera sin que hubiera humanos, y
como si los humanos hicieran cosas sin que tuvieran que atenerse a los límites
físicos que imponen los sistemas; es decir, a las leyes de la física que todos
conocemos, particularmente la que establece que nada se crea ni se destruye,
tan sólo se transforma. Esto es: en los modelos económicos convencionales, los
mercados hacen que todo funcione, y son ellos los que satisfacen las
necesidades de los seres humanos sin ningún tipo de límites, ni siquiera los
establecidos por las leyes físicas de los ecosistemas.
A nivel
básico, la economía no sólo estudia el dinero, los negocios o las finanzas,
sino que, como ciencia, abarca la calidad de vida. En este punto, ¿cuáles son
las condicionantes de la calidad de vida de las personas? Esto es algo central
en nuestras vidas. Si hasta la persona más rica del mundo necesita algo más,
entonces ¿cómo vamos a administrar la escasez?
Como
individuos y como sociedades, todos tenemos necesidades y aspiraciones
prácticamente ilimitadas, porque cada persona siempre va a querer algo más de
lo que tiene. Para obtenerlas, aún las cosas que consideramos básicas para la
vida, como comer o amar, se pueden identificar tres elementos indispensables:
energía, materia y tiempo, que son finitos y escasos.
La
palabra administrar surge de este dilema: al tener recursos que son escasos,
tengo que administrarlos, y ese es un problema que se presenta en los
ecosistemas y en todos los seres vivos; no compete únicamente al ser humano,
pero hay una diferencia crucial: las decisiones que tomamos nosotros no son
instintivas totalmente, ni basadas en cuestiones aleatorias, son supuestamente
racionales. Somos el único ser conocido capaz de enfrentar este problema de
escasez de una manera “racional”. Eso es lo que estudia la economía.
¿Cuáles
son las consecuencias, en cuanto a calidad de vida, al decidir de una o de otra
manera sobre los recursos? Y aquí ya empezamos a ver una conexión con la
física. Dado que estamos hablando de materia y energía, tiene que estar regido
por las mismas leyes físicas que regulan todo lo demás.
Roberto
Enríquez explicó que desde sus orígenes, ambas disciplinas están conectadas.
Cronológicamente, su desarrollo se da casi al mismo tiempo: hace unos 250 años,
en el siglo XVII, teniendo por un lado a Adam Smith como el “padre” de la
economía, y a Ernest Heckel en la ecología.
Ambas
están plenamente ligadas conceptualmente, tanto, que Heckel se refería a la
ecología como la economía de la naturaleza, y los primeros economistas estaban
conscientes de la interrelación que existe entre las dos disciplinas.
Desafortunadamente esto se perdió después, producto de la revolución
industrial. La tecnología permitió, al menos por un tiempo (y eso está aún en
discusión), que la economía pudiera avanzar con la misma base de recursos,
permitiendo mayor eficiencia -el progreso tecnológico-, y la sustitución de
materiales que se iban haciendo escasos.
Pero
la economía ha demostrado que es circular. Partió de una situación en la que
ecónomos y ecólogos estaban conscientes de la interconexión que existe entre
ambas, luego esto se perdió, y ahora se vuelve al punto de partida, dándonos
cuenta que a fin de cuentas sí tenían razón los que empezaron con esto. Una
muestra es lo que estamos viviendo con el cambio climático, un ejemplo de que
lo que hacemos en economía impacta los ecosistemas y eso rebota en nuestra
calidad de vida.
Este
caso involucra el ciclo del carbono. Estamos usando y modificando este
elemento, cambiándolo de lugar y forma -recordemos que no puede crearse ni
destruirse-, y lo estamos haciendo más rápido de lo que los ecosistemas pueden
restituirlo. Y ahí viene el problema.
Para
tratar de entender el papel que puede jugar la tecnología en esto y cuáles son
los límites que impone el medio ambiente, el Dr. Enríquez agrupó en dos las
corrientes de pensamiento: los tecnocentristas, que piensan que no nos debemos
preocupar tanto por el cambio climático (u otro tema) ni por conservar, sino
más bien por estar preparados. Ellos se abocarían más a la mitigación. Y los
ecocentristas, que sostienen que el medio ambiente y las cosas artificiales no
son sustituibles, sino complementarias. Para pescar requieres peces y barcos.
Si no tienes peces, aunque le metas los barcos que quieras no va a haber pesca.
Esta es la visión de los economistas ecológicos.
La
economía ecológica es una ciencia transdisciplinaria. En ella pones a un
biólogo, un ecónomo y un físico, planteas un problema y buscas llegar a una
solución. Parte de diferentes disciplinas que ya se mezclaron para generar una
disciplina nueva. Lo que se busca es entender la interdependencia de la calidad
de vida con el entorno biogeofísico que lo rodea.
A
pesar de que vivimos en un universo infinito, no tenemos a nuestra disposición
energía infinita ni recursos infinitos, porque vivimos en una región finita: la
exosfera, que es un sistema semicerrado, donde se intercambia energía (entra
luz solar y sale calor y luz) pero no materia. El primer problema es que toda
la materia que usamos tiene que venir del mismo sistema, lo que los economistas
conocen como un balance de materiales. Aquí los procesos de reciclamiento son
muy importantes. Pero eso no resuelve el problema, si no, usaríamos los
materiales una y otra vez. Entonces la calidad, específicamente el grado o el
nivel antrópico que tienen las cosas, es importante.
En un
sistema normal donde no hay vida, las cosas tienden a disiparse. Para evitar
eso necesitamos una fuerza que se oponga, y eso es lo que hacen los seres
vivos. Pensemos en la Tierra (o la exosfera) como una nave espacial, con todos
sus sistemas contenidos. Lo único que puede entrar o salir es energía. Tiene
los sistemas de aire y de agua bien establecidos. Las plantas transforman la
energía del sol y crean una materia distinta a la que existe en el resto del
universo, la materia orgánica. Su característica más importante es que está
unida a través de unos enlaces que tienen un alto contenido de energía. Todos
los seres que no son autótrofos dependen de las plantas y usan esa energía para
crecer, para reproducirse (transmitir información genética). Los ecosistemas se
han organizado de tal manera que existen los ciclos biogeoquímicos para
reciclar cosas: esto es, para usar una sustancia y cambiarla de lugar y de
forma. Si abrimos una cabina para introducir a los astronautas, que son los
seres humanos, empezarán los problemas, porque requieren materia y energía de
alta calidad que ha sido generada por las plantas y por los ecosistemas.
Este ejemplo
permite entender la naturaleza del problema del petróleo: plantas y animales
que vivieron hace millones de años y capturaron energía, la cual quedó
concentrada en estas baterías que son de materia orgánica. Luego, por procesos
geológicos, se cubren de sedimentos, se aplastan, intervienen bacterias y
procesos físicos, químicos y biológicos, y se convierten en petróleo, que es
energía almacenada. Sacamos este petróleo, lo refinamos, lo metemos a un motor,
lo quemamos, generamos trabajo (para mover el automóvil), parte de la energía
se pierde en forma de calor y la materia pasa de moléculas grandes a pequeñas
que enviamos a la atmósfera y nos generan un problema, porque estas emisiones
exceden la capacidad del sistema natural para procesarlas.
Actualmente
hay dos maneras de resolver esto: o encontramos una tecnología que nos resuelva
el problema, o nos ajustamos al protocolo de Kyoto para mantener las emisiones
por abajo del límite que el sistema es capaz de enfrentar. O una combinación de
ambas.
La
diferencia entre los recursos renovables y los no renovables es la velocidad
con la que el sistema los puede reciclar, o dicho de otra manera, la velocidad
con que los procesos de las funciones ecológicas reciclan: el petróleo es no
renovable porque tarda mucho más que el tiempo considerado como relevante para
la economía; pero la madera, que también se puede usar como energía, sí lo es,
porque un árbol puede regenerarse en un tiempo mucho más relevante en términos
económicos.
¿Puede
el hombre subsistir sin necesidad de los servicios que proveen los ecosistemas?
Visiones recurrentes de la ciencia ficción establecen que la tecnología podría
permitirlo; pero, ¿debemos hacerlo? La respuesta toca cuestiones éticas.
De
aquí surge el concepto de capital natural. Existen elementos (tangibles e
intangibles) que son durables y pueden generar flujos de beneficios. Como la
naturaleza y sus funciones tienen esta propiedad, los economistas los han
integrado a una nueva forma de capital distinta a la que crea el hombre; ese es
el capital natural. Tiene las mismas características de ser un elemento
durable, como un stock de peces, que año con año genera un excedente que es
aprovechable. Si yo no sobre-pesco, puedo obtener de ese stock un flujo de
beneficios a perpetuidad, mientras no cambien las condiciones ambientales. Esta
es una manera de ver que si reducimos los ecosistemas (como cuando sacamos
capital e intereses de nuestra cuenta de ahorros), al siguiente periodo el
interés va a ser más bajo. Por lo tanto, cada hectárea menos de bosque va a
implicar, para el siguiente ciclo, menos madera, menos captación de agua, menos
ecoturismo, etcétera.
¿Hasta
dónde podemos obtener beneficios antes de rebasar la capacidad de los
ecosistemas? ¿qué pasaría si rebasamos esta capacidad, en términos de calidad
de vida?
Para
responder esto, el Dr. Roberto Enríquez ejemplificó con los servicios
ecosistémicos que permiten la existencia de cultivos de ostión en la Bahía de
San Quintín.
Identificó
al menos cuatro de estos servicios. El primero permite la alimentación de
juveniles en sartas; el segundo, desechar los residuos de metabolitos de la
bahía; el tercero evita la contaminación en el fondo, y el cuarto mantiene las
artes de cultivo en un ambiente protegido.
En el
primero intervienen procesos marinos como las surgencias, que llevan nutrientes
a la costa y permiten la productividad primaria, misma que luego es acarreada
por mareas y corrientes al interior de la bahía; en el segundo, cada ciclo de
marea saca los residuos y permite la entrada de agua limpia a esa laguna
costera.
En el
tercero, la fauna que vive en el fondo de la bahía, gusanos poliquetos,
principalmente, reciben la materia orgánica en suspensión y los residuos, y la
transforman de manera que no sea tóxica ni para los ostiones ni para el
sistema. Finalmente, la barra de arena rompe la energía del oleaje y protege
los cultivos.
¿Cuánto
costaría el proveer estos servicios artificialmente? Alimentarlos hasta la
engorda; un sistema de bombeo que recicle el agua; la limpieza del sistema, y
anclajes que permitan a las sartas resistir la energía del oleaje.
No
solamente se reducirían las utilidades y, en consecuencia, la calidad de vida
de los ostricultores, sino que no habría ostricultura, concluyó.
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